domingo, 7 de diciembre de 2008

Tarzán for President

Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye el mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de homo sapiens. Esta nueva y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales.
Desmond Morris, Introducción a El mono desnudo (un estudio del animal humano).

Hace poco saltó a la prensa que Chita estaba vivita y coleando, había cumplido setenta y tantos tacos, gozaba de buena salud y le regía mucho más que al pobre de Johnny Weismuller, que acabó como una cabra. Ahí debe estar el quid de la cuestión.
Para la respuesta que habían preparado, tenían a huevo la comparación con Darwin (¡si hasta los sectores integristas lo caricaturizaron de mico!) y te salen con Pitágoras, los cuadrados de los catetos y toda una ristra de filósofos que no sabe uno qué pintan aquí, donde no hay evolución, teorías, ni gaitas, y estamos, tan sólo, ante una ocurrencia chistosa. Ahora bien, no es para escandalizarse: Estoy convencido que lo único que buscaban era provocar. A mí que no me digan. Esto es una monería de campaña de imagen para seguratas, porteros de discoteca y otros gremios intelectuales.
Descartada la influencia del Regreso al Planeta de los Simios (por razones obvias de argumento, ya que no por la presencia de Charlton Heston), las exigencias del guión nos encaminan hacia Gorilas en la Niebla y El Rey León, donde Rafiki, un mandril, hace de gurú clarividente. Tampoco nos sirve el Libro de las Tierras Vírgenes, de Rudyard Kipling, en el que los macacos son mayormente el paradigma de la fatuidad y la estupidez y cualquier otro animal es portador de mejores cualidades. Pero hay que plegarse a la evidencia: hasta en eso nos parecemos.
Al margen de encomiables deseos conservacionistas, ¿cabe pedir la aplicación supletoria de los derechos de los grandes simios a aquellos humanos a los que no les lleguen los propios? A falta de pan, pamemas y monadas.
La cosa tiene miga pero el intríngulis no se limita a los primates. ¿Qué pasa con los perritos que hacen cálculos aritméticos en el circo? ¿Y la mula Francis, qué? ¿Qué decir de los grandísimos asnos? Anda que no hay bestias (y no quiero señalar). La verdad es que no sé de qué nos extrañamos cuando está asumido que hay animales que tienen sentimientos más abundantes y puros que algunos racionales. Sobre el alma... ejem, dejémoslo.
No, si ya lo decía Unamuno: “El gorila, el chimpancé, el orangután y sus congéneres deben de considerar como un pobre animal enfermo al hombre, que hasta almacena sus muertos. ¿Para qué?” (Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos.)
También las ballenas se comunican. Y los delfines (recordemos a Flipper). Équidos de buena y mala fama y otros cuadrúpedos (no digamos esos que se llaman –no a sí mismos- los mejores amigos del hombre) entienden palabras sueltas, sin ilación. Así que, ¿para qué lo de sujeto y predicado? Es verdad que no está al alcance de cualquiera construir o comprender una proposición acabada. Pues no se hable más: Ley de la Selva, matrimonio entre especies (¿inter-especial?), uh-uh-uh, redefinición de “animal”, grrrrrrrrr, revisión del concepto “inteligencia”, sindicatos de perros policías, rrrroaaar, despenalización de la zoofilia (¡ah! ¿pero está penalizada?), prohibido agarrar monas, sólo se puede coger curdas, persona ¿humana?, la verdad es que sí, pues va a ser que no, aunque la mona se vista de seda...
—Yo Tarzán, ella Jane, este Boy y tú Gorila.
—Y tú más. Desgraciao.
—Pero hombre (¿?) primo. No te pongas así.
Ya verán. Y si no, al tiempo.
P.S. A ver si estaban pensando en Hugo Chávez, conocido en determinados ámbitos de la derecha española, concretamente en la COPE, como “El Gorila Rojo”.
Nota bene: Si la inteligencia es el rasgo distintivo (o común, según se mire) y no se ha puntualizado que haya de ser natural o artificial, podemos estar a un paso de vivir los absurdos y maravillosos cuentos de robots de Isaac Asimov. Así que ¡atentos!

Realidad virtual

Un dia de Pasqua un xiquet plorava
perquè el catxirulo no se l’empinava.
La Tarara sí, la Tarara no...
(Popular)

Estábamos medio traspuestos entre torrijas y monas cuando, devolviéndonos a la realidad, el Parlamento Andaluz va y nos deja alucinados. Talmente.
Y eso que, mientras el resto tratábamos de superar el síndrome de la reentré, allí (en Sevilla, al menos) seguían metidos en harina de panquemao, aunque por esos pagos no se estile semejante bollo. O sea, que andaban empalmando la Semana Santa con la de Farolillos, desfile de pasos procesionales con procesiones de caballos camino del Real, hábitos de nazarenos con trajes cortos y faralaes, fervor religioso con Feria de Abril. Lo que es toda una Quincena de Pasión. Virtualmente.
Nos ha cogido en plena operación retorno y con el paso cambiado; debatiendo si la cláusula Camps, que se inventó para las competencias y el articulado, podría aplicarse a todo el texto, a la redacción completa, de la cruz a la fecha, si cabría apelar a su poder taumatúrgico para ser, también nosotros, nación, cuando viene Andalucía a sorprender a propios (“¿será una broma, no?”, ha dicho Alfonso Guerra) y a extraños y, sin más preámbulos, nos mete de hoz y coz en la realidad nacional. Que siempre supera a la ficción. Literalmente.
¡Pa que te vayas con los soldaos! Las antigaldosianas nacionalidades episódicas se han llevado el gato al agua. Se ve que los andaluces no se sentían realizados. ¿Qué pasa, que ellos tienen a Wifred el Pilós? Pues nosotros a Argantonio de Tartesos. ¡Necesito realizarme!¡Toma quiyo!, ahí tiés un casho de realidá pa que te realices a guzto. Nacionalmente.
Una cosa que –creo- han de hacer, es buscarse algún desastre que constituya un verdadero hito histórico nacional, al modo de La Diada o la Batalla de Almansa. Si ha habido un levantamiento, popular o como sea, ¿por qué no se conmemora su data en lugar de la del aplastamiento? Misterio. Tal vez porque eso permite alimentar la autocompasión, el lamerse las heridas, el irredentismo, el “perder para ganar” que dice Juaristi. A lo mejor también (eso lo apunto yo) porque, en general, la bandera que entonces se iza y agita, las reivindicaciones que se plantean, el grito que llama a la rebelión, tienen poco que ver con lo que ahora se dice. Tales sucesos a menudo carecen de contenido “nacional” (o quizás sí, pero no del que pretenden) por mucho que la visión histórica sea algo tan sufrido que nos consienta realizar inocentes manipulaciones como son las lecturas de los acontecimientos del pasado en claves actuales. Mismamente.
He estado pensando y me permito efectuar una modesta contribución a la causa. Sabida es la querencia que por allí manifiestan hacia todo lo que suene a moro (por algo está en su denominación de origen, que ahora se quiere calificada), conque dejemos para mejor ocasión las hazañas de las tribus iberas y olvidemos de igual forma a la provincia romana, la Bética, que, a pesar de llegar a coincidir en buena parte con el mapa actual de Andalucía, no nos aporta hoy gran cosa (mejor dicho, puede encender los arrebatos futboleros de unos y los odios acerbos de los sevillistas). Vayámonos a las fuentes, a celebrar, con dolor, la derrota de las Navas de Tolosa. Directamente.
¿Qué les parece? En fin, era sólo una idea. Simplemente.

La Mala Educación

We don't need no education
We don't need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers leave them kids alone
Hey teacher leave them kids alone
(Pink Floyd. The Wall)
¿Es que no se les ocurre otra política educativa que enmendar la plana al ministro precedente, desandar lo andado y colocar cada cual su sello, su propia marca de fábrica? Diría que hay serias y extendidas sospechas de que se ha pasado de meter la letra con sangre a que no entre de ningún modo, de exigir la lista de los reyes godos a que el temario se limite al último rey de España (quiero decir al actual), de conocer los afluentes de los ríos de la península ibérica a la apropiación programada –en exclusiva o por tramos- de los que atraviesan una comunidad, de las leyendas y cronicones a la revisión o falseamiento de la historia, de saber latín a no ser capaces de hacer la o con un canuto, y así ad infinitum. Fuerza es reconocer en ello, más que una mala gestión de este gobierno o del anterior, un colapso general, un fracaso de los estamentos implicados y un completo desarme moral, con expresa renuncia a ideas, valores y principios sobre los que se asentaba la educación.
Las dificultades para abordar el tema desde el consenso, para extraer denominadores comunes, para hacer una política de Estado (bueno está el horno para tales bollos) se han revelado insolubles. Y conste que estas historias no son nuevas: “El modelo llega a su cima con la reforma de Moyano de 1857, que garantizó la educación primaria obligatoria hasta los nueve años y concede al Estado la elección de los programas y libros. De nuevo, la penuria impide avanzar, y si en Francia la reforma educativa fue fundamental en el desarrollo de la unidad nacional al extinguir los particularismos y las lenguas regionales, en España, la deficiente escolarización truncó esa posibilidad, permitiendo la supervivencia de los idiomas locales.” (Fernando García De Cortázar. Breve Historia de España). Al margen de las lenguas vernáculas –lo que pudo ser una afortunada y casual consecuencia de una insuficiente acción política-, esto se parece a un mal endémico.
Andamos con dudas milenarias, desde el Génesis a Pío Baroja, entre El Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia y, como Unamuno (“¡que inventen ellos!”), en Amor y Pedagogía, se encumbra la ciencia a un punto que la hace parecer ridícula, abonando los argumentos en su contra y situándonos en el extremo opuesto. “No educaré a mi niño ni como ella en su remordimiento ha deseado ni como me educaron a mí. (...) Prefiero que tenga una psicología apacible, una fisiología pujante, que conserve su pureza largo tiempo; que sea atlético y cristiano; que no refine las sensaciones y no se avergüence de los sentimientos; que se case a los veinticinco años con una buena moza, de caderas anchas y críe a sus numerosos hijos en el temor de Dios y en la convicción de que la vida es excelente, que nacer es un don y que hay fuera de nosotros y por encima de nosotros una ley que hemos de acatar y un criterio definido que se nos impone. (...) A veces sueño para la criatura un atletismo que, mediante la ley de adaptación, le reduzca el cerebro y lo convierta en uno de esos dioses bellamente estúpidos de cabeza menuda y pectorales y bíceps soberbiamente desarrollados, que nos legó un período del arte helénico. ¿Y yo?. ¿Por qué no procedo así?. (...) Porque empecé temprano a socavarme el alma y a practicar el rito que produce la infinita desolación. Porque soy un envenenado...” (Emilia Pardo Bazán, La Sirena Negra).
Se ha probado a separar los ministerios de Ciencia y Educación y a volver a unirlos. La LOGSE intentó acomodar las titulaciones y la formación profesional a las demandas cambiantes del mercado laboral. Era una buena ley que careció de medios para su implantación y desarrollo, según oí decir –al principio- a muchos docentes. Con esos bueyes había que arar pero estábamos otra vez como con Moyano. La Ley de Calidad se tildó de reaccionaria y centralista y fue directamente ignorada y derogada antes de cumplir un solo artículo. Este gobierno estableció como prioridad la reforma de la Ley Orgánica de Universidades y, al día siguiente de aprobar la LOE, la Sra. Sansegundo salió por la puerta de atrás del Ministerio.
Otras cuestiones serán importantes pero ésta lo es tanto como la que más. ¿No ha llegado el momento de dejarse de tontunas revanchistas, abandonar las posturas dogmáticas y pasarse al “gato blanco, gato negro” de Felipe González cuando volvió de China? Pregunto.

Huelga General

Queremos que Marco
encuentre a su mamá.
Si no, mañana,
huelga general.
(Grito desgarrado de reivindicación popular. Año setenta y ¿...?)

¡Cooooorten! El telediario de la primera a mitad: la vida interrumpida (*). ¿Y quién informa de la huelga –real Reality Show- de RTVE? Intento imaginar el mundo sin televisión, sin cadenas públicas ni privadas, sin canales estatales o autonómicos, y no, no lo consigo. Requiere el Imagine completo de John Lennon y la imaginación al poder del 68. Pues el más difícil todavía: imagínate que se junta con la huelga de árbitros que había anunciada. Apocalypse Now.
Puede que seamos, yo y todos y cada uno de los espectadores, el Gran Primo, pero me fastidia representar la comedia del despotrique hipócrita contra la caja boba, contra el institucionalizado opio del pueblo. En el pan y circo de cada día (dánosle hoy), representa a éste, que no sólo de aquél vive el hombre. ¡Si es la argamasa que sujeta a la familia y le da cohesión! Es luz y taquígrafos para el alto el fuego y para cualquier acontecimiento reseñable; es el notario de la actualidad. Somos un planeta a una pantalla pegado y la CNN el pregonero de la aldea global.
La tienes de pago y por to’l morro, de plasma y de catorce pulgadas, de cable o antena, portátil y panorámica, decodificada y en clave –de Sol y de Balbín-, parabólica y directa a la escuadra, plana y con cambios de rasante, terrestre o aérea, analógica y digital. Sí, a dedo, una cosa tan nuestra. Es ¿qué duda cabe? el mito de la caverna con sombras reinventadas en píxeles.
Nuestros clásicos, los de toda una generación, son Félix Rodríguez de la Fuente, la llegada del hombre a la luna, El Fugitivo, Bonanza, los denostados telefilmes, los Chiripitifláuticos y Furia, Un, dos, tres, responda otra vez, Rintintin, los Picapiedra, la familia Telerín, los dibujos de Hanna Barbera y la perrita Marilín. El tiempo, desde esa prehistoria, se mide de otra forma: Edad Media, Edad Moderna y Edad de la Tele. De la Edad de Oro, con The Lords of the New Church en un tris de completar la violación en diferido de Paloma Chamorro, a los Días de Cine, con Antonio Gasset reflexionando en voz alta en torno a su deseo de que el programa no guste al personal. ¡Qué tierno! ¿Y cuando dieron Emmanuelle? ¡Jo, qué momentos! No me voy a poner aquí a hacer inventario a ver cuántos programas míticos y/o vulgares recuerdo, pero es que su archivo gráfico conforma los pliegues de nuestra memoria. Los anuncios y la telebasura crean escuela y nuevas corrientes estéticas. Sus 625 líneas (si es que siguen siendo esas), barras y estrellas del universo mundo, malla en la que se borda el discurrir del presente, son el imaginario colectivo.
Así que, si nos la quitan, apaga y vámonos.
P.S. (*) Contus interruptus.

Saca la basura

En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo...
(Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé)

Algo huele a podrido y no es en Dinamarca. —Anda, saca la basura, que hiede y lo ensucia todo.— ¡Ja! Como rata pululante, como gaviota que sobrevuela el vertedero, ya hay quien está a la espera del momio, de lo que se saque de ahí, para tirarse las sobras a la pera. Eso “a la saca”, que dirían Cruz y Raya, los mayores proveedores de pasto intelectual. La elección, como si de atraco a mano armada se tratase, está entre la bolsa –de basura-, donde mete la mano todo dios, y la vida, que es limpieza, aire puro, Agenda 21, Cumbre de Río y Protocolo de Kyoto. Erre que erre, a las tres erres (recuperar, reciclar, reutilizar) se ha sumado una cuarta (robar), así que no nos queda más remedio que abogar por la opción del residuo mínimo.
La cosa da para tanto juego de palabras fácil, que se le quitan a uno las ganas. Y lo de que el tema huela, se presta al ripio grueso y ofensivo para una ciudad y sus habitantes (“la tierra que ocupas y estercolas”) que son las primeras víctimas del desaguisado; conque no seguiré por ese camino. Poco importa si zaplanistas, campistas u hoteleros han utilizado la recogida de residuos urbanos como arma arrojadiza, y que la filtración interesada sea el procedimiento habitual para tirar de la manta, esa manta que se han liado a la cabeza, pero que tapa mucho más que la cara, dura como el cemento armado: da asquito. ¡Fuera de una vez ropajes y envoltorios!
La geografía del trinque, con capital provisional en Marbella, tiene forma de piel de toro. Su morfología es variada, una enciclopedia completa, un exponente acabado del tráfico de influencias, la teoría y praxis de los enjuagues de despacho, de las componendas desde la poltrona, los enredos lucrativos, la construcción del clientelismo y el clientelismo de la construcción. Para el caso que nos ocupa, el vertido de inertes, de escombros, es el epítome de la suciedad. Transfuguismo, amiguismo, nepotismo, chanchullos, trama y urdimbre de las sinecuras, cafelito y canonjías, prebendas, máster en venalidades, despilfarro, especulación y pelotazos urbanísticos, destrozo frío, calculado, inmisericorde, del paisaje y del paisanaje, descaro, compra de votos y arte de torcer voluntades, de poner el cazo y llevárselo crudo. Interceder e intermediar, interponer, gestionar mediante dádivas y propinas. ¡Ah!, y enchufismo, el eterno enchufismo, el omnipresente enchufismo. Chupa del frasco, Carrasco.
Hay un cordón umbilical que une esta corrupción con lo más sucio y abyecto de nuestra historia. Viene de antiguo. En la contemporaneidad, va del estraperlo al juanguerrismo pasando por el fraude del caso Matesa, en el franquismo de los últimos sesenta, en pleno seiscientos. Respecto a sus causas subyacentes, el origen es claro. Su razón de ser puso de acuerdo a los dos genios barrocos del siglo de Oro, culterano uno (“Ande yo caliente/ y ríase la gente./ Traten otros del gobierno,/ del mundo y sus monarquías”) conceptista otro (“poderoso caballero/ es don Dinero”), que en lo demás andaban tan distantes y discrepantes.
Parafraseando a ese actor-escritor-director-pensador-orfebre de las buenas maneras, Fernán Gómez, “¡a la mierda hombre, a la mierda!” ¿Os acordáis de aquello de los Sirex?: “si yo tuviera una escoba...”
P.S. A pesar de lo afirmado, en la asimilación de la suciedad y la corrupción que he hecho más arriba, es cierto que “limpiar”, en sentido figurado, equivale a robar; de donde podría venir el gran interés por adjudicar a un amigo la contrata de las basuras, por recomendarlo. DRAE: “Limpiar: 7. tr. coloq. Hurtar o robar algo.”

Miau

Miau es, además de la voz onomatopéyica de mi animal predilecto, una tierna y terrible novela de Galdós. Maullidos al margen, Miau es la historia de un funcionario cesante (cesado más bien), en tiempos de la Restauración, cuando la alternancia de Cánovas y Sagasta. El protagonista es de los que se queda en la calle, en el arroyo, y perdido el medio de sustento y casi la dignidad, decide que su vida vale bien poco y se la quita. Con el sistema de turno de partidos en el poder, salían y entraban los funcionarios adictos y, sobre todo en Madrid, el cambio de gobierno se podía visualizar en trenes repletos que llevaban y traían familias enteras, bártulos y maletas de cartón en ristre. No sé si algo parecido es lo que pretende Jordi Sevilla con el nuevo Estatuto para la [enésima] Reforma de la Función Pública: Retrotraernos a ese momento, al XIX gris y tristón, o a los tremebundos cuarenta, cuando los escribientes depurados. Alpargatas y miseria. Se dice que no, que es otra cosa; pero para lo que se trata, según anuncian, ya existen mecanismos disciplinarios y no hace falta modificar el marco jurídico. O sea que no lo entiendo.
Al margen de la legitimación democrática que indudablemente ostentan –y so pretexto del mandato popular-, los políticos intentan someter a los funcionarios a la férula y batuta de su autoridad. Los quieren serviles, metidos en cintura, más sumisos que un masoca. Si puede ser (eso ya es la repera, el gusto que les da y cómo les pone), de adhesiones inquebrantables. Hay un sentimiento generalizado de aversión, mezcla de desconfianza y temor casi supersticioso, porque ni les entienden a ellos ni a su cometido. En ese aspecto, no es fácil hacer distingos; los partidos son calcados. Miran con recelo a los que accedieron al puesto de trabajo mientras estaban los otros en el gobierno y todos sin excepción pretenden llevarlos al redil de su área de influencia. Eso cuando no se reparten, como una tarta, los departamentos y negociados entre las formaciones coaligadas. La sospecha es norma: o conmigo o contra mí, en una concepción característicamente totalitaria. No entienden la lealtad al órgano, a la institución, y la quieren a la persona y su ideario. Que sean garantía de permanencia se le da una higa a quien piensa que “o yo o el caos”. Existe una figura –vigente aunque parezca mentira, cuyo aggiornamento se lleva a cabo mediante cualquier denominación que lime las aristas menos presentables de su fisonomía- que constituye algo más que un indicio de lo dicho sobre esta desigual relación: el comisario político.
La creación del cuerpo de funcionarios civiles es uno de los ingredientes consustanciales al advenimiento del Estado moderno y su actual encaje en la sociedad puede decirse que es reflejo de la visión de Max Weber. Naturalmente, se habrán de corregir, cuando se produzcan, los excesos de la burocracia, pero otorgar al político una indiscriminada y absoluta capacidad de juzgar a los funcionarios que tiene a su cargo, entraña un serio riesgo de caer en abusos, arbitrariedades, favoritismo y nepotismo partidista, como ya se han denunciado (y es sólo un ejemplo) en el señalamiento de la cuantía de los Complementos de Productividad. Supongo que para compensar esta vuelta de tuerca, las administraciones pasarán a cotizar por la cobertura de desempleo de sus funcionarios y estos tendrán derecho a cobrar, llegado el caso, la prestación. ¿Cuáles son los indicios del mal funcionamiento? Estos ojos que se ha de comer la tierra han contemplado cómo una empresa informática se maravillaba al ver manejar programas que corrían en MS-DOS cuando estaban más derogados que los Principios Fundamentales del Movimiento. Y los políticos de turno, todo peripuestos y endomingados, disparando con pólvora del rey en fastos, saraos y gastos de representación; compitiendo a ver quién iba más lucidor en su modelito. (Ojo, ellos lo mismo, no venga alguna hembrista a tacharme de lo que no soy.) ¿Conocen de algún caso que demande austeridad y predique con el ejemplo? Un amigo mío aprobó oposiciones a un cuerpo directivo del Consell Preautonòmic. Como se había creado el órgano antes que la función (lo de poner el carro delante de los bueyes es algo muy común en este negocio), al tomar posesión y con el fin de acoplarse al equipo, preguntó a los auxiliares administrativos a qué se dedicaban. —A nada —le respondieron—. Estábamos esperando que vinieras tú para que nos dijeras qué teníamos que hacer—. Se trataba de tener una cohorte de curritos para mandar, para ordenarles algo, cualquier cosa, aunque fuera traer tabaco (eran otros tiempos). Se ve que forma parte de la erótica del poder. Así fue cómo mi amigo se puso a corregir las faltas de ortografía de las disposiciones que se mandaban al “Diari Oficial”. Pero su trabajo era tan poco apreciado y su misión tan baldía que los textos salían publicados tal y como a él le habían llegado. Quemado y aburrido, se largó. No es el único caso de funcionario cumplidor. Aunque la anécdota no quepa elevarla a categoría, hay que decir que, en el gremio, hay de todo. Como en botica. También hay, por cierto, políticos honestos que, tocante a este tema, tienen o se han hecho una composición de lugar muy bien orientada.
Solución: los funcionarios debieran leer a Forges, cuando los usa de pimpampum, por una cuestión de estricta higiene mental; los políticos..., algo, lo que sea, su propio programa electoral al menos, cualquier cosa que esté más allá de eso tan efímero que es la prensa diaria, que si la estudian es mayormente por ver qué hay de lo suyo y lo que le rodea.
Pobre minino; ahora mismo voy a quitar los Friskies de la lista de la compra no sea que la cosa se ponga fea de verdad.

Cartas marcadas

Me mandaron una carta
por el correo temprano...
(Violeta Parra)
Fulano, ¿has abierto la correspondencia? ¡Qué susto! Peor que si recibes un requerimiento de Hacienda pidiéndote explicaciones, o una notificación de Tráfico poniéndote una multa gorda y retirándote el carné. No, no eran las Cartas Marruecas de Cadalso. También a Esquerra, como al autor ilustrado, le duele España, pero no en la forma en que concibió ese dolor Unamuno y pasó a la posteridad: “me duele España porque la amo”. Se ciscan ellos en España –que, encima es la causa de su estreñimiento- y en la madre que la parió.
¡Vaya golpe que han atizado con el mazo! (de cartas).
Dicen que no eran cartas abiertas y que los destinatarios eran sólo los de su cuerda. Ya: honrados a carta cabal los chicos. Lo que desde luego no eran es cartas de amor. Son cartas marcadas por la infamia, con tufo de corrupción y mamoneo. Ya se ha resaltado a qué misivas se parecen: A los mensajes de esos otros a quienes también les duele España –los abusones que todos conocemos-, a los avisos y ultimátums extorsionadores. Justo ahora, que estamos a ver si paran, que no nos llega la camisa al cuerpo, llegan estos con que también quieren jugar a eso. Vamos, como lo de que “o jugamos todos o se rompe la baraja”, que viene a ser “o jodemos todos o va la puta al río”. En ambos casos, están con ese viejo fastidio de sentirse entre la espada (¡ay, el espadón!) y la pared, y entre la baraja española y la francesa. Y sintiendo el irrefrenable deseo de jugar con dos barajas. Juego de manos, juego de villanos. La sinvergozonería ha adoptado carta de naturaleza. Es una auténtica carta de ajuste, una carta náutica (es decir, de marear), cartas credenciales de la puesta de largo de Esquerra, ¡una carta astral!
Deberían aclarar a dónde va a parar la exacción y disipar las dudas sobre la licitud de la bicoca, porque, aparte de financiar el partido (lo que no es aclarar mucho que digamos), no se ha explicado de forma detallada a qué se destina la derrama, cómo es que les ha dado ahora por pasar el plato, de quién es la gorra que se pone en circulación, de quién la buchaca y de quién la ocurrencia, si se sabe su nombre, cómo es él y a qué dedica el tiempo libre. ¿Vienen franqueadas? (Perdón, juancarloseadas; perdón otra vez, maragalladas.) ¿Cuál es su tenor, su literalidad?, que yo no he visto ninguna y tengo curiosidad. ¿Vienen en prosa o en verso?
“Querido simpatizante: Espero que al recibo de la presente estés bien.” ¿Se podrá uno dar de baja en el censo de las simpatías o en el fichero informático de marras? “Lo que le comunico para su conocimiento y a los efectos oportunos.” Dicen que no, que es una broma, que es sólo era para ver cómo respiraba el personal y que el destinatario no tiene por qué cogerla al pie de la letra. “En contestación a su atento escrito del pasado día equis de los corrientes, y por el mismo conducto de su envío, adjunto le remito la gabela solicitada”. El alguacil alguacilado: los funcionetas han de presentarse en ventanilla. Pero esta vez a cotizar. “Muy señor mío: que pase por caja a retratarse”. Tot en català, és clar.
El caballo de oros (por no decir el rey) pasando el naipe de la copa (“aparta de mí este cáliz”, dirán los de Convergència), y con el as de bastos en la manga. La pela es la pela. Como decíamos de pequeños, “carta en la mesa es presa”. Y con ella el que la echó.
¡Cómo se ha puesto el género epistolar, está imposible! ¡Qué desbarajuste!

Gora Irlanda Askatuta

Tots els colors del verd,
gora, gora, diuen fort
la gent, la terra i el mar
allà al País Basc.
(Raimon: Recital de Madrid, 1976)
¿Que cómo veo yo el tema? Verde. No verde que te quiero verde, sino verde claro, del color de una esperanza no exenta de incertidumbres; verde como la hoja del roble vizcaíno, como la fruta que no está madura, y no verde trébol como Irlanda. Porque, querer, lo que se dice querer, todos queremos más. Y más y mucho más.
A lo que parece, ya nadie pone en duda la equivalencia entre el caso irlandés y el vasco. Hasta donde yo sé, en Irlanda del Norte había una confrontación guerracivilista entre dos facciones perfectamente diferenciadas, armadas ambas –aunque no en la misma medida-, de distinta cultura, religión y extracción social, que habitaban en barrios separados, convertidos en guetos, y que, por lo tanto, ni convivían ni se mezclaban. La presencia del ejercito allí, como fuerza de interposición más próxima a uno de los contendientes, ha sido constante; aquí las tanquetas han aparecido en casos puntuales y lejanos en el tiempo, en los años de plomo de los sucesos de Vitoria (Campanades a mort, “la calle es mía”, luego la ha hecho suya la Kale Borroka) y por mucho que se hayan dejado llevar por ensoñaciones míticas y melancolías fantasiosas, conmemoraban enfrentamientos reales, victorias y derrotas históricas. Por aquel entonces, en Dublín, en los soportales del G.P.O. (la central de correos que fue bastión de la independencia de la república de Irlanda), se exhibían carteles de torturados; en el mercadillo de Gaiety Green, frente a Saint Stephen’s Green, se vendía parafernalia propagandística; de vez en cuando cortaban O’Connell Street por amenazas de bomba; y aparecían pintadas (Smash the H Block) en los barrios obreros. Pero han sido 30 años de caminos divergentes. Juaristi afirmaba que cuando los del I.R.A. hacían una huelga de hambre llevaban su inanición hasta la muerte y los de E.T.A. (aparte de que no la hacían), salían más gordos. Al margen de las relaciones de colaboración entre ambas, en una especie de multinacional del terror, y de la tenebrosa semejanza que todas estas bandas tienen, las fuentes ideológicas en las que han bebido son bien distintas y en la verborrea de E.T.A. sigue presente la desiderata revolucionaria (Euskal Herria sozialista). Allí, uno de los grupos dominaba los resortes del poder económico y el otro estaba sojuzgado o, al menos, desempeñaba un papel subalterno. Mientras, en el caso vasco, se puede hablar de una pujante burguesía que controla sectores estratégicos, como el BBVA o Iberdrola. El colmo de esta intencionada ceremonia de la confusión es el régimen político: En el Ulster, han obtenido una autonomía alicorta que se suspende sin que rechisten. ¿Se la cambiaría el PNV por el Estatuto de Gernika? Dicho lo cual, es necesario enfatizar que todos los terrorismos son igualmente despreciables. El que fuera Presidente del Foro de Ermua, Vidal de Nicolás, resaltaba que no cabe recordar el historial de las víctimas como luchadores antifranquistas o vascohablantes, porque de ese modo se establecen gradaciones intolerables, comparaciones repugnantes, que pueden llevar a la aberración de pensar que se mata a unos con más derecho que a otros.
También está la imagen estereotipada de las aficiones comunes, del gusto por las bebidas espirituosas (el txacolí de Guetaria, el vino de la Rioja alavesa, los txiquitos o el calimocho, el whisky o la cerveza Guinness), el orfeón y las baladas. Y el folklore, que de eso nunca falta: Kortatu y los Wolftones.
En fin, si se empeñan...
Hablando de todo un poco, no sé lo que habrán pensado al enterarse de que actuaba como muñidor de la negociación un sacerdote. ¡Hombre!, de eso, en las Vascongadas, sí que saben, de curas defensores de las esencias tradicionalistas (no diré carlista a ver si me lo confunden con el príncipe Carlos, el de Camila, y tampoco es eso). Y, además, un señor con cara de bestia, boxeador jubilado. Uy qué risa. Un caso sonado. Ha sido como un directo a la mandíbula de la lógica diplomática. Quizás era cierto que ETA estaba contra las cuerdas y a punto de caer noqueada. Pero no adelantemos acontecimientos ni juzguemos por las apariencias, que está feo y no procede. Esto me trae a la memoria a otro boxeador: Ni los yankófilos, ni menos aún los islamistas, han reparado en el detalle de que en los últimos juegos olímpicos de USA, en el postrer relevo (o sea, el acabose), la antorcha fue portada por Cassius Clay (o sea, un musulmán), Muhammad Alí para los amigos. Pues a lo que íbamos, mira que Euskadi ha suministrado púgiles en cantidad y calidad: Paulino Uzcudun, Urtain... la verdad, no me pregunten que no me gusta el boxeo y no entiendo ni gorda, ¿pero es que todo se lo tienen que encargar a los especialistas en repartir ostias? Oye, ¿y por qué no traen a Bono, ya puestos? El cantante de U2, digo, no el Ministro de Defensa; que aquel es irlandés y entenderá del tema y éste de la Mancha, igual que Almodóvar y Sarita Montiel.
Sólo espero que hayan dejado de ser Malos tiempos para la lírica, como decía Golpes Bajos. La cuestión es que no se trate de un combate amañado y tengamos que acabar gritando «tongo, tongo» y, de cualquier forma, sería deseable no bajar la guardia, no sea que, si por alguna de aquellas volviera a sonar la campana, se hubieran cargado de hierro los guantes.
A lo mejor hay más coincidencias de las que yo pensaba. Pues nada, lo dicho, Gora Irlanda Askatuta.

¡Viva la Pepa!

¡Viva! Hipocorística y putativa; desmadrada, cachonda y festiva.
El fin de semana del 18 y 19 de marzo fue incendiario: Nit de Foc, Nit de la Cremà y Ardió Paris. Era aniversario de la Constitución elaborada en Cádiz, lugar a resguardo de las tropas napoleónicas, y aquí, privando en público, en ciudades tomadas por turbas insurrectas, era como si celebráramos al gabacho. Porque parecía que se conmemoraba otra cita: no la Constitución de Cádiz, sino el Estatuto de Bayona; otra onomástica: no la de Pepa, sino la de Pepe. La Constitución de 1812 fue el acta de nacimiento de la “nación española”, primera plasmación de los derechos de los ciudadanos por encima de los territorios, y punto de partida de la accidentada historia del constitucionalismo en España. Era un proyecto ilusionante. Pero se clamaba entonces por el “deseado” bergante y ahora simula jalearse al “intruso” (Vallejo Nájera dixit) reinante, aquel que cobró fama de tuerto con afición a ponerse ciego. Y ya se sabe en el país de éstos quién es el rey. ¡Cuánta maledicencia! Vivan las caenas. España de charanga y pandereta. De la bota empiná. Todos indisolublemente unidos en un común e indivisible botellón, hermanados en una inmoderada competición beoda.
Pepe Botella baja al despacho.
No puedo ahora que estoy borracho.
Ya baja por la ronda José Primero
con un ojo postizo y el otro huero.
Nos lo han querido vender como La Jauría Humana de Arthur Penn. Civilización o barbarie. ¡Qué va! A lo que más se asemejaba es a El Gran Atasco de Comencini, un enorme embotellamiento, con la sensación de agobio que producía verlo todo de bote en bote. En esos dos días, el universo estuvo contenido no en una cáscara de nuez, como lo viera Hawking, sino en una botella, igual que los veleros que antes se introducían, atropellando la razón del gollete. Ahora cabría colocar cayucos y pateras, como exvotos. Todo visto (doble o nada) a través del culo de la botella y, tal vez, con el culo. Y hasta el culo.
Ya se fue por las Ventas
el rey Pepino,
con un par de botellas
para el camino.
Salah Jamal cuenta una leyenda árabe: La vid creció gracias a los riegos que efectuaron un león feroz, un pavo real, un mono y un cerdo; de ahí que en el mundo islámico se describa a los que beben vino feroces como los leones, ufanos como el pavo real, charlatanes como los monos y sucios como los cerdos. Nosotros a lo nuestro, con instintiva desconfianza hacia los abstemios. Muñoz Molina puso en boca de Baudelaire que el hombre que sólo bebe agua, oculta algún secreto a sus semejantes. Un sociólogo poco impresionable ha otorgado la absolución, atendiendo al carácter socializante del alcohol y a que el botellón permite relacionarse como no cabe hacerlo en una discoteca, donde no se escucha al prójimo. Cada loco con su tema y el borracho en la taberna. O mejor, en el descampado, en la macroverbena de San Juan en noche de San José.
“España entera se va de borrachera.” Nadie pone en duda la unión etílica, orgiástica, dionisíaca. Al grito de “España, mañana, será republicana” respondían los anarcos “será libertaria” y, en el mitin que dio Federa en la plaza de toros de Valencia, los acratones iban aún más lejos: “España, mañana, será una enorme cama”. Un Gran Botellón. Encima, la convocatoria se hizo mediante el contemporáneo mensaje en una botella, con el “pásalo” del móvil que llega a todas las costas. Aunque tengo para mí que la mayoría se enteró por la tele, el tam-tam moderno, esa vieja chismosa y farisea que, con estudiada pose, falsamente escandalizada, contribuyó a crear la noticia para poder difundirla luego.
Y conste que en esta historia ni el Pepé ni la Botella (Ana) tienen nada que ver. Al menos que yo sepa.

Nos ha comido la lengua el gato

O mejor dicho, la gata.
Se cuenta que cuando le hicieron llegar a Adolfo Suárez el deseo de los nacionalistas de enseñar en catalán en las escuelas, respondió algo parecido a lo siguiente: «Allá ellos; pero ¿cómo piensan explicar el teorema de Pitágoras en catalán?» Si non è vero è ben trobato. La reivindicación de que la enseñanza reglada se realizara en lengua vernácula era algo más serio que aquello de “El arjamí a lä ehcueläh”, una pintada que apareció en las calles de Córdoba, también en los años turbulentos de la Transición, y sobre la cual se cachondeaba Serafín Fanjul. Supone el catedrático de Literatura Árabe de la Autónoma que el graffiti se refería al aljamiado, idioma fabuloso (por inventado) que vendría a ser el español, en su variante dialectal andaluza, escrito con caracteres arábigos.
De aquellos polvos, estas preñeces. La sandez del Presidente del CGPJ, al equiparar el catalán y las sevillanas, es de órdago, de marca mayor, pero sólo eso: una majadería sin más historia ni trascendencia. Ahora, ha declarado –tácitamente- que es “dueño de sus silencios”, pero calla –y otorga, en este caso- que es “esclavo de sus palabras”. Aunque es lo de menos, el Sr. Hernando parece que habrá de ser juzgado en rebeldía parlamentaria. Ha devuelto, en el culo del Congreso de los Diputados, la patada que recibió el Poder Judicial del pie de Atutxa. E Ibarretxe dice que vale, que ahí se las den todas. Montesquieu no da abasto: todos se le encomiendan.
En España, fuera del territorio en cuestión –y aun dentro de este-, el hecho de hablar una lengua distinta se ha visto rodeado de incomprensiones atávicas. En esencia, viene a ser lo que escribía Moratín (“Asombrose un portugués/ al ver que en su tierna infancia/ todos los niños de Francia/ supieran hablar francés”) y que canta la Niña Pastori. Y más cosas. Cuando se da la vuelta a la tortilla y alguien no puede, de forma libérrima, optar por la educación bilingüe o, sencillamente, por la enseñanza en castellano, la cosa empieza a ser preocupante.
“No podemos seguir siendo insensibles a su calvario; no podernos por menos de apoyarlas en su deseo de hablar en libertad su lengua (...). A los que han sufrido la arrogancia colonial, el racismo, la xenofobia, les perdonamos los excesos de su propia arrogancia nacionalista, de su propio racismo y de su propia xenofobia, (...) proclamar el derecho de toda persona a hablar su lengua no debería suscitar ninguna vacilación de esa naturaleza. (...) Una lengua que ha estado mucho tiempo oprimida, o al menos desatendida, ¿puede legítimamente reafirmar su presencia a costa de las otras, y con el riesgo de instaurar otro tipo de discriminación?” (Amin Maalouf, Identidades Asesinas)
El otro día, Joan Manuel Serrat fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense. Además de declarar que «nada le gusta más a un catalán que triunfar en Madrid», dijo otras cosas divertidas que contrastan vivamente con la antológica salida de pata de banquillo del Presidente del Supremo. Una perla para la posteridad: «La lengua en la que más a gusto me expreso es aquella en la que me prohíben hablar.» En 1968 dejó otra cuando pretendió representar a TVE en Eurovisión cantando en catalán. De Serrat, que ejerce de bilingüe, hablan su discografía y su biografía –afortunadamente- inacabadas.
Resulta triste el abandono deliberado del bilingüismo, la renuncia, voluntaria e incomprensible, por parte de los nacionalistas, a un tesoro impagable: la educación en dos lenguas, que los ciudadanos de esos territorios, desde niños, las puedan manejar indistintamente, profundizando en el conocimiento de ambos idiomas y abriendo sus mentes al aprendizaje de otros. La sola posibilidad produce sana envidia. La tienen y la dilapidan sin pestañear.
Los experimentos con gaseosa: nos podemos cargar, en ese aspecto, más de una generación (o todas, para la posteridad) y, como dice Maalouf, la discriminación positiva no está claro que sea buena (ni positiva), presenta serias dificultades y graves riesgos.
La Gata Lana no es caníbal pero la están empapuzando de lengua española. ¡Ay qué leche!

Lenguas de gato (encerrado)

No pretendo frivolizar con el tema (está bien, sí) pero eso de la ley de paridad me suena a parida inconmensurable. Todo lo arreglamos con leyes y, claro, así nos luce el pelo. Algo parecido ocurre con la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, cuya utilidad está por ver. Que no se vea asomo de guasa porque el tema no se presta a bromas: Las objeciones, aquí, son exclusivamente lingüísticas. En español, para género (femenino, masculino, neutro, epiceno) sólo existe acepción gramatical. No tiene significado como sexo biológico. Así lo definía el DRAE en su 21ª edición: “Biol.. Conjunto de especies que tiene cierto número de caracteres comunes.” En la edición siguiente, se dice: “Biol.. Taxón que agrupa a especies que comparten ciertos caracteres. Loc. adj. Quien la ejecuta. Pintor de género.” Por lo tanto (salvo si consideramos lo de la “ejecución”), la expresión “violencia de género” es absolutamente incorrecta ya que no se conciben infracciones, ataques o agresiones gramaticales. Bueno, pensándolo bien, haberlas haylas y en cantidad.
Llámenme quisquilloso (lo soy), pero es que el poco rigor filológico que gastamos por estos lares tiene delito. Si para muestra basta un botón, nos podemos remontar a la redacción de la Constitución misma (más allá, no se sabe; está muy oscuro). En los debates de entonces, Cela y Julián Marías, senadores a la sazón (ambos por designación real, creo) se quedaron solos defendiendo el español como denominación del idioma. Es interesante comprobar el cuidado que pone el diccionario al definir al castellano: “lengua española, especialmente cuando se quiere introducir una distinción respecto a otras lenguas habladas también como propias en España”. Luego, si sus señorías legisladoras no les hacían caso a los que entendían del asunto, que no se extrañaran que don Camilo se pasara las sesiones durmiendo (que no dormido; «¿o acaso es lo mismo estar jodido que estar jodiendo?»). Al señor Cela se le atribuían muchos sucedidos apócrifos, como el que contaba mi profesor de Lengua Española. Se ve que fue una vez (Cela) a dar una conferencia a un instituto y en el turno de ruegos y preguntas, un alumno le interrogó con evidente mala uva: «¿Cómo se conjuga el presente de indicativo del verbo “yacer”? ¿Yo yago o yo yazco?» A lo que el interpelado respondió con naturalidad: «Buena pregunta. Pues no tengo ni puta idea, hijo.» La vigésima segunda edición del DRAE, en formato electrónico, facilita la consulta de cualquier conjugación e introduce modalidades (vos) que sólo se usan en Hispanoamérica. Pásmense (a mí, por lo menos, tengo que reconocer que me sorprendió) que admite el “yazco, yazgo o yago”. Hablando de Hispanoamérica y de mi profesor de Lengua, éste abominaba del término Latinoamérica y sólo admitía el anterior e Iberoamérica, con preferencia para el primero. «¿Pero es que Roma colonizó América? ¿Estuvieron allí franceses, italianos o rumanos?» Era un valenciano de Burriana, progre criado en la lengua valenciana / catalana, que tenía por vocación y profesión la española y que formaba con las dos un triángulo amoroso. Y es que lo cortés no quita lo valiente, ni tiene que ver la velocidad con el tocino o, como dicen en mi pueblo, los cojones con comer trigo. ¡Naturaca!
Zapatero declaró ayer que pretende seguir gobernando “desde la tolerancia” (sic). Bendito sea. Esto de la tolerancia es un caso paradigmático de cómo se convierte lo habitual en normal. Es verdad que el término se usa de manera generalizada en una de las acepciones admitidas, la que se refiere al “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”, pero no podemos olvidar que se ha convertido en los últimos tiempos en la prueba del nueve de la libertad de pensamiento. Lo que se está vendiendo como un valor absoluto y encima de los que han de estar situados en uno de los puestos relevantes de cualquier escala, no es sino el reverso de un antivalor, está más cerca de la condescendencia que de la consideración, de aguantar que de estimar. Desde un punto de vista etimológico, la cosa queda clara: Tolerantia es paciencia, sufrimiento, y de ahí que tolerar sea soportar con indulgencia en los demás una cosa que desaprobamos. Doctores tiene la Iglesia, pero aunque se acaten (a ver, qué remedio) sus resoluciones, no siempre son explicables. O sea, que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. La Real Academia parece que ha abandonado los trabajos de limpieza. O los ha subcontratado y no se encuentra al responsable.
Tolerancia hay que tener.

Del nacionalismo, lo políticamente correcto y otras yerbas

Durante la Transición se consagró como dogma de fe un sofisma basado en la ecuación con los términos nacionalismo y progresismo a sendos lados del signo igual. En paralelo, se difundió la especie de que a las reivindicaciones periféricas se oponía un rancio nacionalismo español de extracción -por supuesto- reaccionaria. Muchos nos preguntamos, sin atrevernos a negar la mayor y con franca ingenuidad, dónde reside éste. ¿En la adopción del toro de Osborne como distintivo? Los españoles (y entienda cada cual el gentilicio como quiera) somos poco dados a envolvernos en banderas y a efusiones semejantes. Seguimos, por el contrario, inmersos en la Leyenda Negra y en el papanatismo de pensar que todo lo que viene allende los Pirineos es mejor que lo de acá.
Precisamente por eso me felicito de que no hubiera rasgadura generalizada de vestimentas con la salida de tono de Rubianes. Vale que la cosa tenía poca gracia pero era tan sólo un gesto hacia la galería, una boutade que rezumaba clientelismo y que no valía ni un segundo en meditar respuestas. ¿Quién no recuerda el revuelo que se organizaba en Cataluña cada vez que alguien se metía con Pujol? ¿Y el cisco que se montó aquella vez que, en un sainete televisivo, de la mano de Boadella, bajó el Honorable al vestuario del Barça con la imagen de la Moreneta? A los nacionalistas les falta sentido del humor, se toman el tema demasiado a pecho y se escandalizan a la mínima. Convierten lo suyo en una religión y reaccionan con histeria y fiereza ante cualquier objeto que roce su fina piel. Además, igual que les pasa a algunos ateos que hacen proselitismo de su descreimiento y que son los más preocupados por la existencia de Dios, andan éstos siempre a vueltas con el Estado. El resto (creyentes de variado signo, con fervor o indiferencia, ateos menos entusiastas y agnósticos en general) simplemente convivimos con Él, con él, o sin Él. Hay que laicizar la política y vacunarse contra semejantes excesos. Amin Maalouf, en su demoledor ensayo Identidades asesinas, desmenuza el método de cómo el ideario (o el origen) puede convertirse en un catecismo.
Lo de la nación es un debate de larga trayectoria. Respecto a Euskadi -contaba Juaristi en El Bucle Melancólico- el concepto fue verbalizado por Gudari del siguiente modo: “La reclamación nacionalista al Estado español de una soberanía arrebatada por la fuerza implica reconocer la legalidad de dicho Estado. La libertad no se pide, se conquista, y más importante que todos los precedentes históricos, si los hubiere, es la voluntad de constituirse en nación.” La cuestión está clara: se trata, básicamente, del método recogenueces que teorizó, sin vergüenza, Arzalluz, el eterno avinagrado, uno de los grandes odiólogos del vasquismo reciente.
El nacionalismo ha acabado por integrarse en el libro de estilo, en el protocolo de actuación, en el código de conducta de lo políticamente correcto. Los que vivimos en alguna de sus áreas de influencia sabemos cómo funciona el mecanismo. Su éxito radica en la capacidad de penetrar, de forma subrepticia, todos los ámbitos sociales, de impregnar cualquier corriente de pensamiento. Informa transversalmente (perdón por el adverbio) movimientos e ideologías y obliga a derecha e izquierda, a güelfos y gibelinos. Aunque a unos más que a otros. Tanto es así que, en determinados lugares, de forma “natural” y acrítica, todo bicho viviente es, en distintas dosis, nacionalista, o al menos nadie osa declararse nítidamente en contra. He ahí la prueba irrefutable de cómo se ha incorporado al bloque normativo de la corrección política.
Lo políticamente correcto constituye una forma de parapetarse tras una neutralidad cómoda y etérea, de buscar una equidistancia amorfa. Pero si lo mejor es enemigo de lo bueno, aquí lo correcto es incompatible con lo excelente y se contiene en los límites de lo ordinario, de lo mediocre. En vista del panorama, temiendo lo que se le venía encima con tanta incuria lingüística, al bueno de Lázaro Carreter, a quien Zapatero nombró miembro de su equipo de notables para preparar el asalto al poder, debió darle un jamacuco. Según tengo entendido (y no pueden caber dudas sobre una persona de su fuste intelectual) le sacaban de quicio esas estupideces de “compañeras y compañeros” u otras de tal jaez. No digo ya lo de “jóvenes y jóvenas”. Sólo son cacofonías denostadas por cualquiera con algo de sensibilidad. Venga personos y personas a inventar palabros, sustantivos y sustantivas, o sustantives, y conjugaciones neutres. Pero si malo es lo de la barra con los dos morfemas de género, peor todavía es lo de la arroba. Se podía pronunciar con una inflexión de la voz o entonación peculiar; por ejemplo, un sonido retronasal que diría un catavinos. La moda sólo es parangonable con el gesto horroroso del entrecomillado al que se pretende dar un matiz irónico o cualquier doble sentido, y donde la expresión oral viene acompañada de la imitación visual de las comillas: levantados los dedos índice y medio de las dos manos y flexionándolos, con ligero aleteo, desde ambos lados del colodrillo. Y es que todo, el nacionalismo, lo políticamente correcto, la sandez institucionalizada, es acostumbrarse.
Hace unos ocho años le dejé a un amigo un ejemplar de la revista Ajoblanco en el que dialogaban sobre la necesidad de desacralizar la política, en lo tocante al nacionalismo, Arcadi Espada y Jon Juaristi. Un delicioso artículo que ya no volvió a mi poder, lo mismo que una carta (creo que anterior incluso) de Javier Marías al director de El País sobre el sexismo en el lenguaje. Esas cosas que se prestan y no te las devuelven. ¡Ay que ver cómo es la peña! Ya sé que negarse a prestar algo es políticamente incorrecto (o impolíticamente correcto o como coño se diga) pero, qué quieren, ya me estoy cansando... Dita sea. A la próxima, fotocopias

Menú del día

«Pase con no comer cerdo pero al menos se podría transigir con que uno tome una copichuela de vez en cuando.» ¿Qué pensaría un muftí al que se sometiera semejante cuestión? ¿Qué fatwa emitiría? Aunque hay una convicción íntima y generalizada de que el dictamen tendría tintes violentos, en el fondo la respuesta no habría de diferir gran cosa de la advertencia de Wojtyla: «No se puede tener una religión a la carta». Lo mismo parece ocurrir con las corrientes de opinión, servidas en forma de dos menús indigestos, con escasa variedad de ingredientes, y en los que, una vez se ha escogido el primer plato, viene incluido hasta el postre sin ulterior posibilidad de elección.
El pensamiento único (y tirando a escaso) se manifiesta bajo un aspecto bifronte, con dos sensibilidades opuestas (dos percepciones más bien) y aparece nucleado en torno a apenas un par de medios de comunicación. En cualquiera de ellos es dable observar cómo la línea editorial se sigue fielmente por los columnistas y colaboradores habituales o esporádicos y hasta tiene su reflejo en las cartas de los lectores. Los espacios políticos son fuertemente endogámicos y polarizados. Presentan trazas muy caracterizadas y antagónicas, pero no por diferencias de calado sino por sus respectivos posicionamientos en cada circunstancia, ante los avatares sociales, en cuestiones que a la mayoría de los ciudadanos se le antojan intrascendentes o que no reclaman su atención. En realidad, no existe bicefalia ni se producen planteamientos esencialmente distintos. La gente se limita a tomar partido según lo que diga su proveedor, y así, sin mayores análisis, lo anecdótico se integra en el corpus ideológico de forma pretendidamente homogénea y bien trabada. No falta a quien se le antoja una papilla grumosa.
Como no se lleva discutir sobre el modelo social o económico, los cocineros de opinión se suelen dedicar a las tapas y otras menudencias. ¿A qué peatón, en condiciones normales, le hubiera importado un comino la OPA dichosa? Eso sí, el asunto ha acabado convirtiéndose en cuestión nacional (no sabemos de qué nación) y no hay que descartar que tengamos que cargar con parte de la cuenta. No sería la primera vez que nos toca pagar los platos rotos de un ágape, un fiestorro, al que no estábamos invitados. En la elaboración del guisote, cocido a fuego lento, con mucha pasta y poca chicha, no se ponen de acuerdo y cada uno lo quiere aderezar con sus condimentos o su punto de sal. Descuiden, salvo lo de la factura, no nos caerá un chusco que llevarnos a la boca, ni una migaja. ¡Con su pan se lo coman!
De ese modo se crean bloques graníticos que favorecen, al tiempo, comportamientos dispares: por un lado, ayudan a acoger en su seno a los individuos más proclives al encuadramiento, situándolos en el radio de acción, en la órbita de influencia de un bando del que ya no podrán escapar; y por otra parte impiden que los escépticos, los vacilantes, accedan a ellos, siquiera sea en parte. O sea, dos fuerzas –centrípeta y centrífuga- contrapuestas. Se explicita y modela un concepto que le es muy querido a los partidos políticos y que lo traducen en mecanismos disciplinarios (de voto, de comportamiento, de expresión). El catering viene preparado en bandejas herméticas, en packs ideológicos. Cuando uno se pronuncia, cuando se desliza hacia una opción o un esquema político, o cuando se alinea decididamente, se ve impelido a comprar todo el lote, empaquetado e indivisible.
Decía Ortega y Gasset (La rebelión de las masas), en un pasaje con el que me siento particularmente afín: “Ser de izquierdas es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas en efecto son formas de la hemiplejía moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar más aún la “realidad” del presente, ya falsa de por sí, porque se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que responden, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas prometen tiranías.”
Parecen simples etiquetas, marcas sin valor.
Uno de los problemas de este régimen alimentario es que genera hartazgo, descontento, frustración y huida hacia posiciones anti-sistema: úlceras anímicas, vaya. No resulta extraño encontrarnos con que sujetos procedentes de la izquierda, o que han coqueteado con los sectores más radicales, acaben en los brazos de la extrema derecha. Eso si no han recalado, con el fanatismo del converso, en alguna de las opciones políticas ortodoxas. También es causa de la irrupción de estrafalarios outsiders de dudosa catadura e inclasificables fenómenos de esa índole.
La persecución inquisitorial contra la herejía vuelve a manifestarse bajo nuevas apariencias. Sean o no casuales, egoístas, hijos de la inercia o de la falta de imaginación, los comportamientos de ese tipo acaban por engendrar aburrimiento y desafección. Triunfa lo predecible y la tendencia al encasillamiento dicta sus leyes implacables. Las características del grupo, sectarias, castradoras, neotribales, se quiebran a veces (pocas) en vestimenta, gustos, modas, actitudes. Pero es un espejismo: Se trata de cambiar para sobrevivir; es la vieja máxima darwinina de adaptarse o morir. Las salsas grasientas continúan tapando las virtudes de la materia prima y cuando ya se había desechado la necesidad de acompañar el pescado con vino blanco, se observa una vuelta a los más vulgares y tópicos maridajes.
El panorama político-culinario que tenemos ante nosotros ofrece una visión desoladora. Si a pesar de la abundancia de descarriados (que no dejan de constituir otro grupo característico, el de los abstencionistas), se impone la uniformidad, desde un punto de vista “antropológico” tampoco podemos hablar de la existencia de fisuras: la estandarización del hombre es evidente, el contagio no tiene vuelta de hoja. Los mass media no son ajenos a estos fenómenos: actúan como espejo deformante, que devuelve una imagen interesada, e influyen en su configuración.
El individuo, ayuno de ideas propias, contempla con horror la perspectiva de comer solo. La pereza mental y la posibilidad de integración en una u otra tesis, nos releva de la ingrata tarea de pensar, de elaborar un decálogo propio y colocarlo en nuestro frontispicio moral. “Sin embargo, este sentimiento de aislamiento individual y de impotencia, tal como fuera expresado por los escritores citados y como lo experimentan muchos de los llamados neuróticos, es algo de lo que el hombre común no tiene conciencia. Es demasiado aterrador. Se lo oculta la rutina diaria de sus actividades, la seguridad y la aprobación que halla en sus relaciones privadas y sociales, el éxito en los negocios, cualquier forma de distracción (“divertirse”, “trabar relaciones”, “ir a lugares”). Pero el silbar en la oscuridad no trae la luz.” (Erich Fromm: El miedo a la libertad).
Hace mucho, Daniel Cohn Bendit (Dani el Rojo, que con los años devendría en eurodiputado Verde) decía en una entrevista que «tenemos que matar al nazi que todos llevamos dentro.» Sin perjuicio de mantener la guardia alta en ese aspecto, yo lo parafrasearía con “acabar con el militante que nos acompaña”, con quien –so capa de fidelidad a principios u organizaciones- renuncia a cumplir con la obligación que nos concierne de replanteárnoslo todo continuamente, de estar vigilantes. Aunque habría que admitir matices, creo que el axioma puede servir con los afiliados, los militantes propiamente dichos. No podemos seguir en la abdicación global de nuestras responsabilidades como personas, anteriores y de superior importancia a las que nos incumben como ciudadanos.
Lo integral puede que tenga mucha fibra y sea bueno para la salud, pero lo del sabor y la higiene mental de los comensales, a quienes se ofrecen comistrajos integristas, es harina de otro costal. El vocablo nos remite a una concepción omnicomprensiva del universo, a un sistema que extiende sus tentáculos a todos los ámbitos de la vida y el pensamiento. Poco fundamento y mucho fundamentalismo es lo que hay.
Ante tanta comida temática y aburrida, Sánchez Dragó y su afición a nadar contracorriente se presenta como una ensalada refrescante y exótica. No por el “pecado” de pedir el voto para el P.P. (ya sobran los que con él se irían por eso al infierno) sino porque, sin solución de continuidad, predica el tantrismo grifota y se queda tan pancho. Ya sé que se trata de una simplificación apresurada, pero es sólo un decir.
¡Y qué poco alimento para el espíritu hay en la mesa!