
Llámenme quisquilloso (lo soy), pero es que el poco rigor filológico que gastamos por estos lares tiene delito. Si para muestra basta un botón, nos podemos remontar a la redacción de la Constitución misma (más allá, no se sabe; está muy oscuro). En los debates de entonces, Cela y Julián Marías, senadores a la sazón (ambos por designación real, creo) se quedaron solos defendiendo el español como denominación del idioma. Es interesante comprobar el cuidado que pone el diccionario al definir al castellano: “lengua española, especialmente cuando se quiere introducir una distinción respecto a otras lenguas habladas también como propias en España”. Luego, si sus señorías legisladoras no les hacían caso a los que entendían del asunto, que no se extrañaran que don Camilo se pasara las sesiones durmiendo (que no dormido; «¿o acaso es lo mismo estar jodido que estar jodiendo?»). Al señor Cela se le atribuían muchos sucedidos apócrifos, como el que contaba mi profesor de Lengua Española. Se ve que fue una vez (Cela) a dar una conferencia a un instituto y en el turno de ruegos y preguntas, un alumno le interrogó con evidente mala uva: «¿Cómo se conjuga el presente de indicativo del verbo “yacer”? ¿Yo yago o yo yazco?» A lo que el interpelado respondió con naturalidad: «Buena pregunta. Pues no tengo ni puta idea, hijo.» La vigésima segunda edición del DRAE, en formato electrónico, facilita la consulta de cualquier conjugación e introduce modalidades (vos) que sólo se usan en Hispanoamérica. Pásmense (a mí, por lo menos, tengo que reconocer que me sorprendió) que admite el “yazco, yazgo o yago”. Hablando de Hispanoamérica y de mi profesor de Lengua, éste abominaba del término Latinoamérica y sólo admitía el anterior e Iberoamérica, con preferencia para el primero. «¿Pero es que Roma colonizó América? ¿Estuvieron allí franceses, italianos o rumanos?» Era un valenciano de Burriana, progre criado en la lengua valenciana / catalana, que tenía por vocación y profesión la española y que formaba con las dos un triángulo amoroso. Y es que lo cortés no quita lo valiente, ni tiene que ver la velocidad con el tocino o, como dicen en mi pueblo, los cojones con comer trigo. ¡Naturaca!
Zapatero declaró ayer que pretende seguir gobernando “desde la tolerancia” (sic). Bendito sea. Esto de la tolerancia es un caso paradigmático de cómo se convierte lo habitual en normal. Es verdad que el término se usa de manera generalizada en una de las acepciones admitidas, la que se refiere al “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”, pero no podemos olvidar que se ha convertido en los últimos tiempos en la prueba del nueve de la libertad de pensamiento. Lo que se está vendiendo como un valor absoluto y encima de los que han de estar situados en uno de los puestos relevantes de cualquier escala, no es sino el reverso de un antivalor, está más cerca de la condescendencia que de la consideración, de aguantar que de estimar. Desde un punto de vista etimológico, la cosa queda clara: Tolerantia es paciencia, sufrimiento, y de ahí que tolerar sea soportar con indulgencia en los demás una cosa que desaprobamos. Doctores tiene la Iglesia, pero aunque se acaten (a ver, qué remedio) sus resoluciones, no siempre son explicables. O sea, que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. La Real Academia parece que ha abandonado los trabajos de limpieza. O los ha subcontratado y no se encuentra al responsable.
Tolerancia hay que tener.
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