domingo, 7 de diciembre de 2008

¡Viva la Pepa!

¡Viva! Hipocorística y putativa; desmadrada, cachonda y festiva.
El fin de semana del 18 y 19 de marzo fue incendiario: Nit de Foc, Nit de la Cremà y Ardió Paris. Era aniversario de la Constitución elaborada en Cádiz, lugar a resguardo de las tropas napoleónicas, y aquí, privando en público, en ciudades tomadas por turbas insurrectas, era como si celebráramos al gabacho. Porque parecía que se conmemoraba otra cita: no la Constitución de Cádiz, sino el Estatuto de Bayona; otra onomástica: no la de Pepa, sino la de Pepe. La Constitución de 1812 fue el acta de nacimiento de la “nación española”, primera plasmación de los derechos de los ciudadanos por encima de los territorios, y punto de partida de la accidentada historia del constitucionalismo en España. Era un proyecto ilusionante. Pero se clamaba entonces por el “deseado” bergante y ahora simula jalearse al “intruso” (Vallejo Nájera dixit) reinante, aquel que cobró fama de tuerto con afición a ponerse ciego. Y ya se sabe en el país de éstos quién es el rey. ¡Cuánta maledicencia! Vivan las caenas. España de charanga y pandereta. De la bota empiná. Todos indisolublemente unidos en un común e indivisible botellón, hermanados en una inmoderada competición beoda.
Pepe Botella baja al despacho.
No puedo ahora que estoy borracho.
Ya baja por la ronda José Primero
con un ojo postizo y el otro huero.
Nos lo han querido vender como La Jauría Humana de Arthur Penn. Civilización o barbarie. ¡Qué va! A lo que más se asemejaba es a El Gran Atasco de Comencini, un enorme embotellamiento, con la sensación de agobio que producía verlo todo de bote en bote. En esos dos días, el universo estuvo contenido no en una cáscara de nuez, como lo viera Hawking, sino en una botella, igual que los veleros que antes se introducían, atropellando la razón del gollete. Ahora cabría colocar cayucos y pateras, como exvotos. Todo visto (doble o nada) a través del culo de la botella y, tal vez, con el culo. Y hasta el culo.
Ya se fue por las Ventas
el rey Pepino,
con un par de botellas
para el camino.
Salah Jamal cuenta una leyenda árabe: La vid creció gracias a los riegos que efectuaron un león feroz, un pavo real, un mono y un cerdo; de ahí que en el mundo islámico se describa a los que beben vino feroces como los leones, ufanos como el pavo real, charlatanes como los monos y sucios como los cerdos. Nosotros a lo nuestro, con instintiva desconfianza hacia los abstemios. Muñoz Molina puso en boca de Baudelaire que el hombre que sólo bebe agua, oculta algún secreto a sus semejantes. Un sociólogo poco impresionable ha otorgado la absolución, atendiendo al carácter socializante del alcohol y a que el botellón permite relacionarse como no cabe hacerlo en una discoteca, donde no se escucha al prójimo. Cada loco con su tema y el borracho en la taberna. O mejor, en el descampado, en la macroverbena de San Juan en noche de San José.
“España entera se va de borrachera.” Nadie pone en duda la unión etílica, orgiástica, dionisíaca. Al grito de “España, mañana, será republicana” respondían los anarcos “será libertaria” y, en el mitin que dio Federa en la plaza de toros de Valencia, los acratones iban aún más lejos: “España, mañana, será una enorme cama”. Un Gran Botellón. Encima, la convocatoria se hizo mediante el contemporáneo mensaje en una botella, con el “pásalo” del móvil que llega a todas las costas. Aunque tengo para mí que la mayoría se enteró por la tele, el tam-tam moderno, esa vieja chismosa y farisea que, con estudiada pose, falsamente escandalizada, contribuyó a crear la noticia para poder difundirla luego.
Y conste que en esta historia ni el Pepé ni la Botella (Ana) tienen nada que ver. Al menos que yo sepa.

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