domingo, 7 de diciembre de 2008

Tarzán for President

Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye el mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de homo sapiens. Esta nueva y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales.
Desmond Morris, Introducción a El mono desnudo (un estudio del animal humano).

Hace poco saltó a la prensa que Chita estaba vivita y coleando, había cumplido setenta y tantos tacos, gozaba de buena salud y le regía mucho más que al pobre de Johnny Weismuller, que acabó como una cabra. Ahí debe estar el quid de la cuestión.
Para la respuesta que habían preparado, tenían a huevo la comparación con Darwin (¡si hasta los sectores integristas lo caricaturizaron de mico!) y te salen con Pitágoras, los cuadrados de los catetos y toda una ristra de filósofos que no sabe uno qué pintan aquí, donde no hay evolución, teorías, ni gaitas, y estamos, tan sólo, ante una ocurrencia chistosa. Ahora bien, no es para escandalizarse: Estoy convencido que lo único que buscaban era provocar. A mí que no me digan. Esto es una monería de campaña de imagen para seguratas, porteros de discoteca y otros gremios intelectuales.
Descartada la influencia del Regreso al Planeta de los Simios (por razones obvias de argumento, ya que no por la presencia de Charlton Heston), las exigencias del guión nos encaminan hacia Gorilas en la Niebla y El Rey León, donde Rafiki, un mandril, hace de gurú clarividente. Tampoco nos sirve el Libro de las Tierras Vírgenes, de Rudyard Kipling, en el que los macacos son mayormente el paradigma de la fatuidad y la estupidez y cualquier otro animal es portador de mejores cualidades. Pero hay que plegarse a la evidencia: hasta en eso nos parecemos.
Al margen de encomiables deseos conservacionistas, ¿cabe pedir la aplicación supletoria de los derechos de los grandes simios a aquellos humanos a los que no les lleguen los propios? A falta de pan, pamemas y monadas.
La cosa tiene miga pero el intríngulis no se limita a los primates. ¿Qué pasa con los perritos que hacen cálculos aritméticos en el circo? ¿Y la mula Francis, qué? ¿Qué decir de los grandísimos asnos? Anda que no hay bestias (y no quiero señalar). La verdad es que no sé de qué nos extrañamos cuando está asumido que hay animales que tienen sentimientos más abundantes y puros que algunos racionales. Sobre el alma... ejem, dejémoslo.
No, si ya lo decía Unamuno: “El gorila, el chimpancé, el orangután y sus congéneres deben de considerar como un pobre animal enfermo al hombre, que hasta almacena sus muertos. ¿Para qué?” (Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos.)
También las ballenas se comunican. Y los delfines (recordemos a Flipper). Équidos de buena y mala fama y otros cuadrúpedos (no digamos esos que se llaman –no a sí mismos- los mejores amigos del hombre) entienden palabras sueltas, sin ilación. Así que, ¿para qué lo de sujeto y predicado? Es verdad que no está al alcance de cualquiera construir o comprender una proposición acabada. Pues no se hable más: Ley de la Selva, matrimonio entre especies (¿inter-especial?), uh-uh-uh, redefinición de “animal”, grrrrrrrrr, revisión del concepto “inteligencia”, sindicatos de perros policías, rrrroaaar, despenalización de la zoofilia (¡ah! ¿pero está penalizada?), prohibido agarrar monas, sólo se puede coger curdas, persona ¿humana?, la verdad es que sí, pues va a ser que no, aunque la mona se vista de seda...
—Yo Tarzán, ella Jane, este Boy y tú Gorila.
—Y tú más. Desgraciao.
—Pero hombre (¿?) primo. No te pongas así.
Ya verán. Y si no, al tiempo.
P.S. A ver si estaban pensando en Hugo Chávez, conocido en determinados ámbitos de la derecha española, concretamente en la COPE, como “El Gorila Rojo”.
Nota bene: Si la inteligencia es el rasgo distintivo (o común, según se mire) y no se ha puntualizado que haya de ser natural o artificial, podemos estar a un paso de vivir los absurdos y maravillosos cuentos de robots de Isaac Asimov. Así que ¡atentos!

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